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el periodico de saltillo
Agosto 2016
Edición No. 330


Ejes para un subdesarrollo perfecto

Rodrigo Solís.

 

El mexicano funciona y reacciona de forma por demás pintoresca para el ojo civilizado de las sociedades. Nos miran mitad con espanto, mitad con fascinación, como quien observa en el National Geographic a los monos saraguatos chillar y columpiarse de los árboles mientras se arrojan mierda los unos a los otros. Este comportamiento primitivo se debe a cuatro ejes que a continuación intentaré explicar.

1. Tiempo: nuestros vecinos del norte, por poner nombre y apellido, son el Conejo Blanco de Alicia en el país de las maravillas. Viven en función de él, lo valoran y respetan porque saben que es una unidad monetaria. Para nosotros, sin embargo, el tiempo es algo relativo, materializado en un reloj de pulsera o de pared cuyas manecillas avanzan mientras se nos enfría el café. Lejos de avergonzarnos, ocurre lo contrario. Cada ciudad del país se jacta en poseer la hora más larga, lo que en el Primer Mundo se conoce por impuntualidad. Agravio hacia el prójimo que los campechanos tomamos con sentido del humor y estatalizamos como “hora campechana”. Es decir, pactar una cita y llegar a ella tan tarde como nos sea humanamente posible.

2. Respeto a la propiedad ajena: lo dijo con palabras más rimbombantes el único Presidente de la República del cual no nos sentimos avergonzados, pero que de igual manera ignoramos. Las entradas de las cocheras, las franjas amarillas en la acera, los lugares destinados a los discapacitados significan el Edén vehicular, cuyos señalamientos prohibitivos son tan seductores como hincarle el diente a una manzana; pero no hay problema, para eso existe el salvoconducto de las luces intermitentes o el infalible: <<nomás tantito>>.

3. Resignación: <<podríamos estar peor>>, frase muy nuestra para sobrellevar la cruda realidad, como en mi caso, que en vez de morir de un derrame de bilis, cargo con un libro a todas partes para que las horas campechanas sean más amenas mientras espero a mis amigos, o en vez de pincharle las llantas al coche último modelo del vecino que ama estacionarse en la entrada de mi cochera, me voy a la computadora a teclear un escrito que a la mañana siguiente aparecerá en su muro de redes sociales (y en el de sus amigos, y en algunos periódicos) para ver si de una vez por todas se le cae la cara de vergüenza.

4. Vergüenza: palabra inexistente en la Real Academia del Tercer Mundo.

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